Ahí va eso:
RUTA AGUILAS-CABO DE GATA 2006
Primer día, Miércoles 21 de Junio.
Los preparativos
Como imaginaréis, no se me hizo tarde en la cama. Habíamos quedado a las cuatro de la tarde en San Javier: Guti, Amadeo y yo. Por la mañana hice unas cuantas gestiones personales, compras de última hora y empaqueté las provisiones y material. Tengo que recomendar seriamente las bolsas de congelación Albal con cierre “zip” de la medida más grande. Caben cuatro camisetas aproximadamente, puedes sacar el aire sobrante y cerrar la bolsa, con lo que consigues muchas bolsitas con las que rellenar los espacios pequeños de los tambuchos. Los sacos estancos están bien, pero son tan rígidos que pierdes capacidad de almacenaje. Lo más importante es que no entre agua por las bocas de los compartimentos.
Antes de montar todo en el coche, decidí hacer una prueba de capacidad en la Skua que me prestó Quique, de Kayak Sport en Murcia, pues la mía todavía no estaba terminada. Yo, defensor del timón a muerte, sin orza ni timón, para que veas. Me sorprendí al comprobar que, acoplando debidamente los trastos, me sobraba sitio para un bidón de agua de cinco litros. He de decir que he paseado arroz, pasta, tomate frito, barritas energéticas, galletas energéticas y otras muchas cosas innecesarias, las cuales han vuelto a casa sin tocar.
En San Javier guarda Amadeo su Nelo Navigator, y una vez allí la montamos en mi coche. Guti y Amadeo delante, con la Sipre Tintorera del primero, y rumbo a Águilas, donde llegamos a las seis de la tarde. En un extremo de la población encontramos una pequeña playa, en la que descargamos los kayaks y el material, que se quedaron a cuidado de Amadeo. Guti y yo, con dos coches, de nuevo a la carretera hasta Retamar, al otro lado de Cabo de Gata, donde apareció Pedro desde Málaga con su Prijon Seayak.
Hicimos el cambio, subiendo el kayak al coche de Guti, y dejamos allí el mío y el de Pedro, para que al terminar, él pudiese volver a Málaga y nosotros a Murcia. De vuelta a Águilas se nos hizo de noche, donde Amadeo nos esperaba con su habitual estoicismo, como si hubiéramos tardado cinco minutos.
Pese al trajín, monté mi tienda, ellos bajo un toldo, cenamos y después de charla hasta las tantas, no teníamos sueño ante la perspectiva de mañana.
Segundo día. Jueves 22 junio
Un regalo de día. El mar está plato, no hay viento. Guti y Amadeo aparcan el coche en la ciudad, a resguardo de ladrones, y al volver ya hemos desayunado, usando el hornillo Trangia de Pedro,tan efectivo como complicado. Partimos paleando lento, los kayaks a tope de carga, pesan un disparate. Todos echamos el curricán, y salen obladas, sargos, espetones y un jurel. Cuando llevamos siete piezas paramos, tenemos para comer. Llevamos unas hojas sacadas de las Aeroguías, con descripción detallada del litoral, nombres de todas las calas, construcciones, etc. Cada hoja abarca entre cuatro y cinco kilómetros, y es un placer poder conocer el nombre de aquello que ves por primera vez. Pasado San Juan de Terreros hacemos una horita más, y en una bonita cala de guijarros diminutos redondeados de color amarillo hacemos un descanso con baño, entre islotes negros que hacen recordar un mar tropical, pero estamos en España. La placidez del mar nos hace avanzar lentos pero constantes, devoramos las distancias. De cala en cala llegamos, ya en Almería, a la playa del Descubrimiento, antes de una horrible fábrica de gas pegada al mar, y tras poner los toldos y bañarnos, nos ponemos tibios de pescado, sazonado por el Guti, que lleva un tarro con el aliño preparado, muy rico. De su último viaje a Perú trajo unas hojas de coca, con las que hace una infusión para todos. Acto seguido, me hago mi café. Nos quedamos torrados hasta que el sol nos despierta abrasando. Hemos comido mucho y salado, se hace difícil contra el sol seguir remando, pero llegamos a Villaricos, y luego las playas de Vera. Hace años solía venir por aquí, a disfrutar de la soledad kilométrica bajo eucaliptos monumentales. Nada de esto existe ya. Una continua línea de construcciones afea el litoral, con sus boyas amarillas plagadas de socorristas. Vamos separados de la costa como doscientos metros, y no paran de gritarnos: ¡Por fuera de las boyas¡ No hay nadie bañándose, no entendemos nada. Y no callan, uno tras otro. Algunos dicen “yo soy un mandado”, otros mas nerviosos, y una chica incluso histérica. Sólo queda la solución Hoomer Simpson: “¡Búscate un empleo decente¡”. Tan cruel como acertado.
Estamos frente al puerto de Garrucha, y delante nos esperan todavía un par de horas para poder pernoctar en algún sitio salvaje, pero llevamos cuarenta kilómetros a las espaldas, y son las ocho de la tarde. Decidimos buscar una zona tranquila frente a Mojácar, a la espalda del hotel Continental, que está casi vacío, con una estupenda terraza al mar en la que nos pedimos unas cervezas, pedimos pizzas y las compartimos con un millón de mosquitos. Hemos tenido también la suerte de pillar ducha en la playa, así que dormimos como benditos, limpios y agotados.
Tercer día, Viernes 23 de Junio.
A las ocho y media sirven el desayuno en la terraza del hotel, y lo aprovechamos. Esta va a ser una travesía semi-lujosa. Hoy el mar nos saluda con olas altas de levante, una delicia. Me gustaría llevar timón, el mar me obliga a cantear continuamente, forzando con la izquierda. El fondo es arenoso, y cuando todos hemos pillado dos o tres arañas, decidimos recoger los aparejos, no merece la pena. Además está el mar picadillo, no se recoge con la comodidad de ayer. Vamos doblando puntas coronadas por torreones antiguos, acantilados prodigiosos, Almería es salvaje. La monstruosa y descomunal presencia en la playa del Algarrobico del hotel ilegal cuya construcción está paralizada nos invita a su contemplación desde la orilla. El mar rompe con fuerza en la arena, hay un gran escalón que estrella el agua con potencia. Salimos sin muchas complicaciones, y nos bañamos frente a este despropósito en todos los sentidos. Es tan enorme que dudo mucho que no llegue a ser terminado, lo visto en Mojácar y Puerto Rey me lo confirman. Amadeo tiene problemas para volver al mar, no logra emproar la Navigator, que ola tras ola lo empujan de nuevo a la orilla. Pero es un tío constante y con ánimo frío. Un buen compañero. La hora de la comida nos sorprende en Carboneras, que casualidad, hombre, un restaurante frente a la playa. Menú del día, potaje y filete de ternera, postre y café. Pedro y Amadeo se acercan al Mercadona, a por agua y pan.
El puerto de Carboneras se une con la fábrica de cemento, es larguísimo. Después de él aparece la hermosa y siniestra playa y punta de los Muertos. Alucinamos bajo los acantilados, remando y remando. En una pequeña cala preguntamos por la distancia hasta San Pedro. Yo estoy cansado, todo el día forzando, ¿timón no? A última hora llegamos por fín a Cala San Pedro. Es un reducto hippie, con esculturas en la roca, un castillo en ruinas, un pequeño manantial, flautas y tambores. Desembarcamos en la playa, totalmente plácida. Llegan barcas con gente que celebrará San Juan por la noche, hogueras y alcohol. Yo estoy rendido, me duele toda la espalda y la zona lumbar, tanto que no tengo ni apetito, sólo angustia y frío. Llevo todo el día con Neobufren, la garganta me molesta. Amadeo se ofrece a darme un masaje con pomada anti inflamatoria, es lo mejor del mundo. Al rato me encuentro mucho mejor, y toda la noche la dormimos de un tirón, todos. Estábamos asustados del trajín, y esperábamos una noche movidita, pero ha resultado ser la mejor de todas, el cansancio ayuda. Hoy nos hemos acercado también a los cuarenta kilómetros, pero con mucho más trabajo que el primer día.
Cuarto día. Sábado 24 de Junio.
El amanecer me sorprende con una espalda impecable. ¡Amo a Amadeo¡ Parece increíble esta placidez de mar, después del día de ayer. Partimos con buen ánimo, cruzamos frente a Las Negras, y nos bañamos en el Playazo de Rodalquilar. Luego seguimos doblando puntas, y el mar cada vez está más calmado, es una lámina aceitosa en la que se palea con placer. Los dos primeros días fueron muy fuertes, para cubrir la zona “fea” rápidamente, y disfrutar del Parque Natural de Cabo de Gata. Remamos lánguidamente, sin intentar siquiera pescar, y la hora de comer nos sorprende nuevamente, que casualidad, frente a la Isleta del Moro, restaurante La Ola, arroz y marisco.
Todo va bien con el arroz hasta que, poco antes de los cafés, nos fijamos en que la calma desaparece, y un viento ¡De Poniente¡ se levanta con una rapidez inusitada. Esta mañana no caímos en la cuenta de que ese calmazo no era sino un cambio de viento. El Poniente levanta espumas, borregos les decimos. La salida después de comer es dura, y cada rato se pone peor. Hay que tener en cuenta que cada punta que doblamos nos expone mas y mas al Poniente. Nuestra intención era dormir en Cala Carbón, unos ocho kilómetros después de San José, para dejar el domingo sólo cuatro horas. No tenemos otra opción que buscar refugio en el único abrigo a Levante, una pequeña cala entre derrumbes, la única en calma, con paredes verticales de veinte metros que impiden la salida. Es algo tétrica, grandes rocas en equilibrio inestable, restos de naufragios empotrados varios metros sobre nosotros entre las oquedades de las rocas. Pedro es aficionado a la escalada, y con un par de huevos trepa por la pared con el teléfono, en busca de cobertura e información. A las dos horas vuelve, y el parte para el domingo es Poniente fuerte. No podremos terminar la ruta. Me sorprende que no me desilusione, estos imprevistos son realmente la sal, el punto de aventura de la excursión. Formamos una gran mesa con una plancha de aluminio allí arrojada por el mar, nos instalamos todo lo cómodamente que podemos y pasamos una tarde estupenda, charlando y riéndonos, también comiendo como gorrinos. Decidimos que el amanecer nos ha de sorprender remando, para aprovechar esas horas de relativa calma y poder sortear los escasos kilómetros que nos quedan hasta San José sin que el viento nos complique la vida.
Quinto día. Domingo 25 de Junio.
Todavía de noche levantamos el campamento, calladitos y sin pausa. Todos con el chaleco puesto, los dientes apretados. Salimos del abrigo que nos ofrece nuestra última cala y el mar nos saluda con altas olas, viento fuerte. En silencio cubrimos los escasos kilómetros hasta San José, llegamos antes de las nueve de la mañana, y la predicción no engaña, el viento sube y sube, cubre el mar de espuma y nos abrazamos contentos en las arenas de la playa. Pedro y yo nos pillamos un taxi hacia Retamar. Esta playa está totalmente expuesta, y comprobamos que intentar finalizar hubiera sido un despropósito. De vuelta con nuestros coches, cargamos y nos despedimos. Pedro se va a Málaga, nosotros a Águilas. En Águilas yo descargo los barcos de Guti y Amadeo, y me voy a mi casa. Se acabó.
Conclusión.
Yo no conocía a Pedro, a Amadeo casi tampoco, sólo a Guti. Estos días en el mar han sellado una amistad que durará de por vida. Cuando remas en mar abierto, días enteros, depositas en tus compañeros tu vida. Confías en la seguridad que su presencia te regala, y viceversa. No hace falta hablar mucho, de hecho vamos bastante separados, pero sin perdernos de vista. El mar, el esfuerzo de remar, la sal, el sol, el discurrir de las horas al ritmo de tu paleo…esas sensaciones vuelven a ti días después de acabar. Usando palabras de otro: “La voluptuosidad de la fatiga” es el sentimiento, la sensación, el sabor que estos días han dejado en mí nuestra ruta Águilas-San José.